
Hablar de seguridad en el transporte vertical —ascensores, escaleras y rampas mecánicas— implica mirar más allá de los accidentes que ocupan titulares. En Hispanoamérica, la accidentabilidad real es baja, pero la prevención todavía depende demasiado del compromiso de administradores, mantenedores y autoridades locales. Los equipos son seguros por diseño; el riesgo aparece cuando falta mantenimiento, control o capacitación.
En Chile, la entrada en vigor de la Ley de Ascensores marcó un antes y un después. Estableció la obligación de mantenimiento e inspecciones periódicas certificadas, junto con el registro de equipos y empresas en los organismos competentes. Aunque aún no existe un sistema público que consolide estadísticas nacionales, el país reconoce que los incidentes más comunes están relacionados con equipos antiguos o con mantenciones irregulares. La meta actual es modernizar el parque y garantizar que todos los edificios cumplan con las revisiones técnicas exigidas.
En Argentina, la mayor concentración de ascensores se encuentra en la Ciudad de Buenos Aires. Las autoridades locales han detectado que la principal debilidad es la falta de registro completo y la escasa uniformidad en los controles. Cada año se reportan decenas de incidentes, la mayoría leves y evitables. Los especialistas coinciden en que un mantenimiento regular y una verificación independiente bastan para reducir drásticamente los riesgos.
En Colombia, Bogotá ha avanzado con un modelo de inspecciones anuales que revisa documentación, mantenimiento y seguridad de los equipos. Las observaciones más frecuentes no son fallas mecánicas, sino aspectos administrativos: certificados vencidos, señalización deficiente o ausencia de contratos de conservación. Esto demuestra que los accidentes graves son excepcionales y que la prevención depende sobre todo de la organización.
En México, existen normas técnicas que regulan el diseño y la instalación, pero aún no hay un sistema nacional que registre los incidentes. La gran extensión del país y las diferencias entre municipios hacen difícil un control uniforme. Sin embargo, la tendencia apunta a reforzar la fiscalización y a profesionalizar a las empresas mantenedoras.
A nivel regional, los estudios coinciden en que los accidentes graves en ascensores o escaleras mecánicas son muy poco frecuentes si se comparan con los millones de viajes diarios que realizan las personas. Los factores de riesgo más habituales son el mantenimiento deficiente, el envejecimiento del equipo, la manipulación indebida de puertas o la sobrecarga de cabinas.
En España, el sector del transporte vertical sirve como referencia técnica para muchos países latinoamericanos. Con más de un millón de ascensores en funcionamiento, las tasas de accidentabilidad son muy bajas gracias a normas europeas estrictas, registros nacionales y la cultura preventiva de los usuarios. En Brasil, por su parte, la industria ha crecido con rapidez en grandes urbes como São Paulo y Río de Janeiro, donde las empresas de mantenimiento y los gobiernos locales han fortalecido la fiscalización tras incidentes aislados en años anteriores, consolidando políticas de seguridad más rigurosas.
La cultura de la prevención es clave. Los administradores deben asegurarse de que las empresas mantenedoras estén registradas, conservar una bitácora actualizada de inspecciones y detener el servicio ante cualquier anomalía. También es fundamental capacitar a conserjes y residentes para reconocer señales de alerta, no forzar puertas ni utilizar los ascensores durante un sismo o incendio.
El transporte vertical en Hispanoamérica avanza hacia una etapa de mayor control, profesionalismo y transparencia. Los países que combinan normas claras, fiscalización periódica y educación del usuario muestran tasas de accidentabilidad cada vez más bajas. Subir o bajar en ascensor seguirá siendo, con diferencia, una de las formas más seguras y cotidianas de moverse dentro de nuestras ciudades.
Transporte Vertical Una Revista Digital