Chile: desafíos de la administración de edificios
En las últimas décadas, Chile ha experimentado una profunda transformación urbana que ha cambiado no solo la fisonomía de sus principales ciudades, sino también la manera en que sus habitantes viven y se relacionan con su entorno. El crecimiento de la edificación en altura ha sido una respuesta natural al aumento de la población, la demanda habitacional y la necesidad de optimizar el uso del suelo en zonas urbanas. Sin embargo, esta verticalización ha traído consigo nuevos y complejos desafíos en materia de administración de edificios, que hoy se presentan como una verdadera encrucijada para la convivencia y la calidad de vida en comunidad.
Administrar un edificio no es simplemente una cuestión de llevar las cuentas o supervisar el mantenimiento básico. Se trata de una función estratégica que requiere visión, liderazgo, conocimientos técnicos y habilidades humanas de alto nivel. La administración eficiente de un inmueble de copropiedad es esencial para garantizar la seguridad, el bienestar y la armonía de todos sus residentes, especialmente en un contexto donde los riesgos naturales, la presión urbana y las exigencias regulatorias son cada vez mayores.
Uno de los principales desafíos que enfrenta la administración de edificios en Chile es, sin duda, la profesionalización del rubro. Si bien existe una nueva Ley de Copropiedad Inmobiliaria que busca establecer estándares más rigurosos para quienes ejercen esta labor, todavía persiste una gran heterogeneidad en la calidad de los servicios que se ofrecen. La falta de formación especializada, la escasa fiscalización y la ausencia de una cultura de excelencia en la gestión dificultan la consolidación de una administración moderna y acorde a las necesidades de los tiempos actuales.
Otro reto importante radica en la capacidad de los administradores para gestionar comunidades diversas, donde conviven personas de distintas edades, culturas y estilos de vida. La resolución de conflictos, la comunicación efectiva y la construcción de un sentido de pertenencia son habilidades que resultan tan necesarias como el conocimiento de normas técnicas o presupuestarias. En este sentido, el administrador no solo es un gestor operativo, sino también un articulador social que debe ser capaz de promover la convivencia y el respeto mutuo dentro de los espacios compartidos.
La seguridad también se ha convertido en un eje central de la administración moderna. Los recientes apagones eléctricos que afectaron a varias ciudades del país, y que pusieron en evidencia las vulnerabilidades de muchos edificios en altura, revelan la necesidad urgente de contar con protocolos de emergencia actualizados, sistemas de respaldo operativo y una cultura de prevención instalada en cada comunidad. No basta con reaccionar ante las crisis; es imperativo anticiparlas, prepararse y fortalecer las infraestructuras y los procedimientos para que la resiliencia sea parte de la identidad de cada edificio.
En paralelo, el avance de la tecnología plantea tanto oportunidades como desafíos. La digitalización de procesos, el uso de aplicaciones para la gestión de gastos comunes, la automatización de sistemas de seguridad y el monitoreo de servicios permiten una administración más eficiente y transparente. Sin embargo, también exigen una constante actualización de conocimientos y una adaptación inteligente a nuevas herramientas, sin perder de vista el factor humano que sigue siendo el corazón de toda comunidad.
Finalmente, no podemos ignorar el desafío económico. El alza de costos en los servicios básicos, las reparaciones mayores que muchos edificios postergan por falta de recursos y la dificultad para conciliar presupuestos ajustados con necesidades crecientes son tensiones que los administradores deben enfrentar día a día. La capacidad para gestionar financieramente los bienes comunes, prever gastos futuros y negociar con proveedores de manera eficaz será cada vez más determinante para el éxito de una administración.
Chile se encuentra, pues, en un momento clave en la evolución de la vida en copropiedad. La administración de edificios ya no puede ser concebida como un oficio improvisado, sino como una profesión de alta responsabilidad social. Se requiere de administradores preparados, comunidades comprometidas y un marco normativo que acompañe este proceso con claridad y firmeza.
La tarea es inmensa, pero también es una invitación a construir un modelo de convivencia más maduro, solidario y resiliente. Tenemos mucho que aprender y un gran trabajo por hacer.